27 noviembre, 2015

Primero pienso, luego existo II: sobre la fuerza de voluntad y la mediocridad


¡Hola maravillas!

Bueno, afortunadamente mi estado de salud ha mejorado considerablemente, así que va siendo hora que me ponga de nuevo activa con este blog.

El otro día, mientras armaba todo mi C.V. para entrarlo a un concurso estatal no pude evitar asombrarme de todo lo que había conseguido, porque no sólo tenía mis documentos oficiales de estudios, sino un montón de reconocimientos extracurriculares, de aprovechamiento, talleres y pláticas que había impartido…sí, sé que a eso me dedico, pero me refiero a que hasta ahora no era plenamente consciente de la cantidad de papeles que validaban todas esas actividades, sin contar con el contenido de mi curriculum literario…el caso es que recordé todas las cosas por las que he pasado hasta ahora, las victorias y las derrotas, y no pude evitar que al conmemorar las injusticias se me llenaran los ojos de lágrimas.

En repetidas ocasiones he intentado contactar con invidentes de mi localidad, instarlos a salir adelante, a continuar con sus estudios, a aprender un oficio o de pérdida, a instruirlos en el uso del bastón blanco para que no lo tengan de adorno en su casa. Sin embargo, cada que he intentado llegar a la gente y moverles el tapete siento que me he topado con pared, no sé si porque nadie es profeta en su propia tierra, o porque a mi comunidad todavía le falta mucho para poder salir de esa zona de conformidad y mediocridad. Aquí, los discapacitados buscan que les den un apoyo económico el cual, yo pelearía si fuera verdaderamente sustancioso, pero raya en lo miserable; en vez de salir a la calle y o reunir firmas para que se nos ponga un camión para discapacitados la gente prefiere que el gobierno les dé despensas… ¿por qué? ¿Por qué en vez de luchar porque se nos dé la oportunidad de armarnos con nuestros propios medios para salir adelante (estudios, trabajo) las personas se conforman con mil quinientos pesos mensuales o una despensa?

No es que menosprecie este tipo de ayudas, sé que hay muchísima gente de escasos recursos a los que toda ayuda les cae de perlas, pero observando y valorando el talento y las habilidades de esas mismas personas, sé que podrían llegar mucho más lejos de donde están ahora. Pero no. La gente decide mejor quedarse sentada y extender la mano, o pasarse la vida gruñendo sobre que el gobierno debería darles despensa…

Pero así como esto es cierto, también lo es el hecho de que ir a contra corriente no es sencillo. A veces, y sólo a veces, imagino mi vida si mis padres —y mi familia en general— hubiesen optado mejor por dejarme encerrada en casa y retirarme de la escuela regular. Me habrían ahorrado muchos tragos amargos, gastritis, dolores de cabeza, colitis y demás padecimientos que me dan cuando el encabronamiento por las injusticias me supera.

Entonces, pienso en esas personas que han preferido quedarse en casa, extender la mano o conformarse con recibir un subsidio pequeñito o una despensa. Porque no es fácil salir y hacer frente al mundo. Se derraman muchas lágrimas, requiere una inversión monetaria y a veces hasta se desarrollan nuevas patologías por el desgaste que ello implica.

Con esto no estoy justificando la mediocridad y el conformismo, pero al repasar mi trayectoria y recordar los momentos amargos, creo entender un tanto a las personas que deciden mejor permanecer en su zona de confort, en vista de que lo que hay allá afuera no es precisamente un ramo inmenso de flores. Agarrar al toro por los cuernos no es fácil. Explicarle a la sociedad cómo hay que tratarnos no es para nada sencillo. Hacerle entender a los demás que también tenemos derechos y sentimientos es una tarea que puede dejarte extenuado.

Pero, y aquí es donde radica la diferencia entre los que prefieren con formarse y los que decidimos levantarnos y seguir pese a los raspones, aparte de los sinsabores, las lágrimas y los tragos amargos, también hay beneficios tremendos de no dejarse amilanar: cuando te entregan tu título y puedes decir que eres licenciado, ingeniero o demás; cuando después de dar una conferencia el estadio irrumpe en aplausos; cuando un joven se te acerca y te pregunta, con toda la timidez y admiración propias de un adolescente, cómo chuchas le haces para moverte o para seguir estudiando; vaya, el simple hecho de salir a la calle e ir de compras, y que sabes que no falta el curioso que voltea a verte con la boca abierta hasta que se da un porrazo (jajajajajajaja) o bien, el clásico niñito de dos o tres años que llega corriendo a querer jugar con tu bastón, o que te pregunta a bocajarro por qué usas ese palito para caminar y dónde puede conseguir uno, antes de que la mamá llegue muerta de vergüenza a llevárselo.

Todas esas cosas y más, son las que hacen que el llanto, la soledad, la impotencia y las injusticias por las que tenemos que pasar valgan la pena. Hay muchas cosas desagradables en mi vida que cambiaría (sorry, pero no soy tan optimista como para decir lo contrario), pero que sé que de hacerlo, la persona que está aquí escribiendo simplemente no existiría, y eso ya es algo a lamentar, no por ser pretenciosa, sino más bien, porque amo este blog y amo compartir mis experiencias, experiencias que no tendría de no haber vivido todo lo que he vivido.

No sé si sea mi gente, o quizá que no he encontrado la manera de llegar a ella, pero sea quien sea el que lea este blog, le animo a salir adelante, a pesar de las dificultades, a pesar de que en estos precisos instantes el agua nos llegue hasta el pescuezo, al final todas esas amarguras pasan, y entonces viene lo bueno, las estrellas para atesorar y cuyo brillo nada ni nadie nos podrá arrebatar nunca.

Porque vivir vale la pena…sin importar el qué.

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